Sentado en mi terraza mirando caer la tarde, sentado rodeado de mis árboles pequeños y tristes.
El viejo Ginkgo se deshoja entre la penumbra y el viento
y por los solares escapa una sinfonía de ocres y amarillos, de tierras y pardiverdes.
La luz apastelada de noviembre se apaga en las últimas paredes del día
y en mi terraza, testigos mudos de un tiempo abolido,
caen certeras como la tarde, las hojas doradas del Ginkgo biloba.